viernes, 23 de abril de 2010

FARANADULA y TRAGEDIA por Miguel Letelier Valdés

Señor Director:

Pareciera que nadie ha advertido el brutal cambio que se ha observado en todos los medios de comunicación a partir del 27 de febrero. A la saturación de la farándula del Festival de la Canción de Viña, (donde lo menos que había era una canción), y que fue llevada más allá de todo límite, respeto y dignidad por todos los medios del país, siguió súbitamente otro atosigamiento de noticias del terremoto. De Viña, nunca más se supo. Se lo llevó el viento. ¿Sobre qué valores y bases artísticas se sostenía ese mal llamado Festival, en el que danzaban cientos de millones de dólares; se exhibían bailarines, gestos y movimientos sexuales, cantantes, animadores, humoristas, cuyas presentaciones duraban hasta dos horas y media, en escenografías apabullantes de luces electrónicas, humaredas artificiales, gases de colores, en que se obligaba al público a aplaudir con el archiconocido "fuerte aplauso para fulanito...", y en que un jurado absolutamente desconocido otorgaba premios según los rugidos del "monstruo"?

¡Qué abismante caída a la realidad cuando tembló la tierra! ¡Qué disolución más vertiginosa de los ídolos de plumavit al envanecerse en la nada tanta tontería, obscenidad y mal gusto! En cambio, ¡qué pérdida irreparable la destrucción de la identidad cultural del Chile central, expresada en sus costumbres, monumentos y construcciones! ¿Qué futuro le espera a nuestro paisaje rural y urbano pueblerino con miles de mediaguas, un gran porcentaje de las cuales se transformarán en definitivas con agregados de fonolas, plásticos y latones? Será muy difícil identificar al país como una entidad cultural. Estamos hablando sólo de arquitectura y urbanismo, como disciplinas estéticas visuales. No hablemos de la música seria. En Chile ya casi no existe. Nadie conoce a los músicos nacionales ni tampoco nadie los ayuda. Un nuevo país amorfo, que copia mal todo lo extranjero, fuera de todo circuito artístico e intelectual está por nacer. Tal vez sea el signo de los tiempos.

Miguel Letelier Valdés